MÚSICA A LO LEJOS

Escucho el Invierno de Haydn, mientras escribo sin parar, compulsivamente. Me vienen a la memoria muchos recuerdos y entre todos, me asusta el de la soledad a través del frío paisaje nevado en mitad de un páramo solitario y vacío. En la nieve, escuchando notas bellas y hermosas, me embeleso con el azul intenso del cielo y el frío helado y fantasmagórico de mis sueños de niño, de mis deseos, recuerdos y anhelos. Me acuerdo de hechos pasados, debido al frío mis miembros inferiores se entumecen y empiezo a no sentirlos; me da miedo recobrar el sentido y la cordura, me aterra y me invade un sudor frío por todo el cuerpo cuando pienso que no me puedo mover, mi cuerpo está inmóvil, casi enterrado entre la nieve y a punto de sepultarse por completo. Pero los rayos del sol inciden levemente sobre mi cuerpo, lo suficiente como para comprobar que puedo desenterrar poco a poco, mis blancas manos delgadas, moverlas y tocarme los pies, las piernas y sentir mío el paisaje, embriagador por su hermosura, inhóspito y desolador por su soledad a la vez.

Cuando oigo la música suave y misteriosa, a mi interior me llegan preguntas de todo tipo, del propio ser humano que vive y muere en un mundo lleno de hostilidades, de desamores y mentiras; me angustia el olvido de los pensamientos y sentimientos de entrega y amor hacia los demás, hacia los que nos rodean y me pregunto si los hombres en general, llegaremos a comprendernos y a entendernos los unos a los otros y a no luchar y a no combatir únicamente por el poder y por pisotear a los demás.

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