"EL PRÍNCIPE DEL AMOR"





Esperé, esperé tanto en el andén del tren que mis fuerzas se desvanecieron cuando vi que no llegabas. Permanecí sentada en un banco, mirando a todo el mundo que llegaba, todos los trenes se paraban en ambas vías  pero no llegabas. Me quedé fijamente mirando, pasaron las horas y la estación quedó vacía y las luces en penumbra, los andenes sucios y llenos de pisadas, las papeleras repletas de papeles. En mitad de la noche, empezaron a limpiar y a componer de nuevo la estación para el día siguiente. Alguien se acercó a mí y se me quedó mirando fijamente. Era un señor mayor, que me resultaba familiar y cercano. Me miró y me besó. Yo no sabía quién era pero descubrí que le quería sin saber por qué. Llevaba el mismo reloj que llevabas siempre tú, la misma camisa y la misma chaqueta de cuadros; desprendía un olor suave y dulce, fresco tal vez, el mismo que el tuyo. Entonces me pregunté: ¿quién es este hombre?


Miré los carteles de la estación y todos eran del 2005, me acerqué al quisco de periódicos y revistas y todas eran de abril del 2005. Miré mi reloj, me asusté y me horroricé pensando qué me había pasado. El reloj tenía las agujas en el mismo lugar que el de la estación pero, el año no coincidía con el de mi reloj. Habían pasado cuarenta años más y, sin embargo, yo seguía esperando al hombre que tanto amaba. ¿Llegó bastantes años más tarde o, simplemente yo había permanecido cuarenta años esperando lenta y pausadamente sin saberlo? ¿Qué me había ocurrido?


Pero a pesar de su vejez, yo le seguía amando y le seguía queriendo, le seguía recordando cómo le había conocido y realmente, como fue siempre. Le cogí de la mano, le abracé y aunque yo no había envejecido esos cuarenta años, me quedé mirándole, y le besé.

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