"POR LOS CANALES TRANSCURRÍA LA PAZ"
Mientras tanto, ese mismo día en el Puerto de Algeciras la policía y la Guardia Civil posiblemente se estuvieran preparando para una gran redada. Los “narcos” eran una diana importante ante la cual no quitar el ojo ni un solo momento. Un chivatazo desde Tánger había llegado la noche anterior; un correo intermediario que llegó en uno de los ferrys de la empresa Balearia a las 21.15 de la noche traía un mensaje de aviso. Curiosamente aquel transbordador iba semivacío quizás, en busca de servicio de espionaje y su correspondiente envío de chivatazo e intercambio de información. La policía aduanera ya sabía exactamente dónde y en qué barco debía buscar al intermediario, en este caso, una bella y atractiva mujer de complexión corpulenta y atlética, con piel morena. En la custodiada aduana los gaditanos mezclados con los moros formaban una amalgama de hablas, religiones y culturas, en donde los déjes y las vestimentas de cada cual, los delataban perfectamente su lugar de origen. No se ocultaban las procedencias de cada cultura aunque muchos de ellos fueran bilingües o al menos se pasaban por serlo.
La revista de Sotogrande se encontraba curiosamente en una de las papeleras de la aduana, a la cual tuvieron acceso ambos cuerpos, policía y guardia civil para desenmascarar las pistas del jeroglífico que tenían y debían investigar, pesquisas a adivinar que llegarían con esa extravagante mujer, ya se sabía desde hacía un mes que ese correo llegaría y daría un aliciente a la policía española para detener aquel tráfico de droga que se esperaba. En una determinada página, la número 7, de esa revista curiosa y atractiva únicamente ponía una hora, un número de móvil y un nombre, quizás del cabecilla máximo al cual detener e interrogar en caso de confirmar el aliño importante de coca proveniente de la ciudad africana. No sabían exactamente cuántos venían con él pero sí estaba casi confirmado que un pez gordo venía en ese barco, camuflado y posiblemente custodiado por otros marroquíes anónimos. El mundo del hampa se hacía sentir por el Puerto de Algeciras y todo estaba preparado para su captura y excarcelación.
Empezaba a llover, las primeras gotas caían levemente por los canales de Sotogrande; un barquito azul y blanco despuntaba a lo lejos, con cuatro morenazos que lo cargaron a primera hora de la tarde. Desde la terraza de mi apartamento estaba situada perfectamente para visualizar cualquier movimiento extraño o aparentemente normal que se hiciera en el puerto. Mi sillón de mimbre, acolchado por una mullida colchoneta blanca, un vodka con hielo y unos prismáticos por si hicieran falta, me acompañaron aquella tarde solitaria en el puerto. Desde aquel lugar privilegiado donde estaba me quedé mirando fijamente al barco más bonito que a mi parecer existía en los canales de La Marina, el Alejamar, un yatecito que se erigía y se caracterizaba por su esbeltez y elegancia, una belleza artística en aquel puertecito de encanto. Quieto, amarrado durante allí durante todo el año lucía un porte exquisito, blanco y azul con sillones blancos, una cubierta limpia y cómoda bajo la lona plastificada de color azul marino.
Por un momento me pareció que, poco a poco y según transcurría la tarde, las aguas se volvían tornasoladas, envolvían un halo de misterio cuyas sombras me recordaban a los atardeceres bellos de Venecia; los canales y sus sombras eran un símbolo paralelo a aquellos vestigios de la antigüedad de la venerada ciudad italiana en donde han pasado desde escritores, pintores, arquitectos; la belleza desde siempre invadió Venecia con sus ocres y amarillos reflejados a la caída de la tarde como ahora, en este mismo momento veía desde mi balcón. Busqué respuestas a mis interrogantes y miedos más patentes en ese momento en esos calmados pasajes de agua, miré a la profundidad de sus aguas y vi reflejada en ellas, el libro Papeles de Agua de Antonio Gala. Recordé sus descripciones y cada una de sus palabras tan exquisitamente colocadas cada una en su sitio correcto, con ese lenguaje pulido y limpio, y poco a poco, fueron torpedeando mi mente.
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Mi vida era así, mi trabajo era intempestivo, fugaz, rápido, sin horas ni días, sin apenas tiempo libre para mi familia. Esperé a que llegase mi familia y les dejé durante aquella noche; me marché a mi trabajo como era lo acostumbrado cuando cogía dos o tres días libres y salía con ellos de Algeciras. Cogí la A7, dirección al Puerto. En veinte minutos estaba allí, frente a frente a aquella argelina impresionante en busca de una mentira por descuido para sacar cuatro o cinco verdades. Me miraba fijamente y ante cada pregunta que yo le hacía me miraba despectivamente y contestaba siempre lo mismo. Mi intérprete era un hombre fino y culto, esbelto y muy elegante; argelino-español bilingüe completo cuyo dominio de ambas lenguas era perfecto. Había estudiado en la Facultad de Traducción e Interpretación de Granada la carrera de cuatro años, era al mismo tiempo, Traductor jurado español-árabe y su exquisito conocimiento de ambas lenguas y culturas era excelente. Era rápido, conciso, no titubeaba y sabía descifrar gestos y movimientos faciales y corporales.
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Mi jefe me pidió que hiciera varios cacheos a diversas mujeres que se las consideraba extrañas, llamadas telefónicas, envío de faxes y de correos electrónicos. En fin, rápidamente la tarde se pasó y hasta bien entrada la noche no caí rendida en uno de los cuartos que teníamos allí para descansar en las “guardias” que de vez en cuando, una vez cada quince días hacíamos. Pero sin embargo, se suponía también que yo había acudido obligadamente y ante una “desesperada” de mi jefe a trabajar, no a hacer una guardia.
El frío me invadió en aquel dormitorio triste y lúgubre pero ante el sueño tan profundo que me aquejaba no reparé mucho en la decoración ni en el espacio de miniatura en el que me encontraba. Dormí tranquilamente, soñé relajadamente un apasionado y erótico sueño, algo realmente maravilloso que me ayudó a transportarme a otro mundo, aunque no por mucho tiempo.
“Aquel hombre se adhería a mí con sus manos suaves y delicadas como algo verdaderamente sensual y atractivo a los ojos de toda mujer. Era tierno, muy suave y agradable a cualquier sentido corporal que una dama pudiera desear; sus manos se movían de una forma armónica, sin tener que seguir un orden prefijado a la hora de tocar. Me acariciaba lentamente todo la piel, pasaba sus finos dedos por mi cuerpo, me miraba fijamente a los ojos sensuales. Desprendía un olor corporal que mí me agradaba, mezcla de azmicle y vainilla; el tono de su piel era moreno y ésta era tersa y lisa, no existían arrugas en su cuerpo, parecía un joven veinteañero y sin embargo, pasaba de los cuarenta. Pero, a mí no me importaba ni lo más mínimo.
Por aquel entonces yo disponía de mucho tiempo para deleitarme de aquella visión placentera que no paraba de mirarme y desearme sin freno alguno, no me importaba el coste del deseo que provocaba en mí aunque no pudiera costearlo de momento. ¿Costaba dinero o era un momento gratuito y placentero a cambio de “nada”? Mientras me excitaba su forma de mirar, de tocar y acariciar mis manos, mi cuerpo le deseaba más y más. Quería y deseaba tocarle sin pensar en nada pero, él parecía que se acercaba y se alejaba a la vez, era “un tira y afloja”, me daba “cuerda” y me la quitaba. Ansiaba en mi mente y más en mi cuerpo, el suyo, si era posible, bajo aquel viejo cielo azul plomizo que por un momento, se levantaba encima del nuestro. Me seguía mirando; me presionaba con sus dedos las pecas de mi delicado torso y avanzaba lentamente dirección a mi cuello, se deleitaba acariciándolo y manoseándolo mientras su sonrisa de algún modo, me invadía todo mi ser. Era una sensación placentera.
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Bailo a su lado, me seduce, me incita en cada movimiento que él hace, me gusta su balanceo, su cuerpo, su vientre, su figura, su estilo; todo en él es deseable y atractivo. Me gusta. No tengo palabras para describirlo y expresarlo aunque a veces, me parece un deseo inalcanzable.”
- Rápido, levántate Ruth. Un tío gaditano, moreno, alto, unos cincuenta años, pregunta por ti. Son las seis y cuarto, tempano aún, pero debes levantarte ya – le dijo su jefe, Director de la Jefatura de Policía Aduanera de Algeciras desde hacía ya, aproximadamente cinco años.
A mi jefe lo conocí hace años; una noche me lo presentaron en pleno apogeo del verano en el Puerto de Algeciras; en una de las terracitas donde el aire era fresco por la situación alejada del centro, mi marido se acercó con un individuo de porte exquisito, distinguido en su manera de hablar y de vestir con ropa cómoda pero elegante. Se dirigió a mí, me saludó gustosamente y con ademanes encantadores y una gran sonrisa comenzó nuestra amistad. Se sentaron los dos con María, mi amiga de toda la vida y conmigo en una mesa apartada desde donde se divisaba una buena parte del paseo marítimo y de acceso al amarre de los yates. Cenamos con vino blanco un delicioso pescado del día y, nuestra conversación fue tan amena que cuando nos dimos cuenta eran las dos de la mañana y no nos habíamos percatado de cómo pasaba el tiempo. Las demás terrazas del puerto habían cerrado ya, estaban totalmente a oscuras. Me levanté con una grata sensación, me había sentido totalmente feliz durante esa noche y la velada había sido perfecta. En esta vida – pensé mientras íbamos hacia el coche – la vida pasa rápidamente, es efímera, pasajera y rápida. Cuando los momentos son agradables y placenteros no nos damos cuenta de lo bien que se está así y no valoramos esa fuerza misteriosa que es la vida, vivida minuto a minuto, sin tregua alguna. No podemos – que yo sepa me decía a mi misma – paralizar el tiempo y quedarnos en ningún instante determinado pero, cuántas veces lo hubiera deseado aún sabiendo que eso es un imposible.
Javier, era realmente excelente en su trato con todo el mundo; después de interesarse, curiosear y conocer mi carrera profesional como policía y jefe profesional de investigación científica de las cercanías a Cádiz me propuso venir a la aduana del Puerto de Algeciras y comenzar una etapa junto a él y a su equipo. ¡Cómo iba a rechazar semejante oferta con un hombre que tenía aquel trato y semejante conversación, culta e interesante¡ Eso sería un rechazo absurdo, un cerrazón completo; junto a él se me abrirían múltiples puertas debido a su cargo, a sus relaciones profesionales y sociales. Trabajar con él sería un privilegio, mi familia – suponía – estaría de acuerdo. En fin, le dije en aquel momento que lo pensaría por hacerme la “interesante” e imprescindible pero, sabía perfectamente que aceptaría al cabo de unos días o quizá, unos meses.
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