UNA AUTÉNTICA SEMANA SANTA EN KENIA


Las lluvias cortas que se suponía, aparecían entre los meses de octubre y diciembre por la sabana africana no descargaron lo suficiente como para mantener en condiciones óptimas algunos parques típicos de Kenia; la sequía amenazaba y el turismo de la zona se veía amenazado. Los rebaños de ñúes de Masai Mara, uno de los parques más visitados, migrarían hacia las llanuras del Serengeti, en Tanzania en busca de los pastos frescos que brotaban en esta época.
A pesar de que la vida animal es más abundante en Masai Mara durante el verano boreal, en enero y febrero el tiempo es seco y más caluroso que en agosto; en estos meses se supone que los visitantes inundan por doquier el país pero si se suben las temperaturas y se disparan desorbitadamente como amenazaba aquel año, en el cual las temperaturas se habían elevado por encima de lo normal y se hacía eco del poderoso cambio climático, la vida en aquellas tierras sería insoportable.


 


Frente a nosotros, el señorial Kilimanjaro nos esperaba; parecía imponerse por su majestuosidad y elegancia; nos saludaba, nos acechaba según comenzamos nuestras andanzas por aquellos lugares secos y áridos de Kenia, dirección hacia Tanzania. Descubrimos por el camino caluroso y a veces, casi desértico una gran variedad de animales que habitaban por aquellos inhóspitos parques; destacaban los leones, leopardos, hipopótamos, cocodrilos (en el río Mara), rinocerontes, ñúes, cebras, gacelas,  jirafas Maasai,  impalas,  búfalos, topis o un antílope azulado de pelo satinado. Avanzábamos por la sabana y las horas de calor nos sofocaban, las reservas de agua eran escasas y las temperaturas no eran las que nosotros esperábamos para las fechas en las que estábamos. Faltaban dos días escasos para que llegara el Viernes Santo.
El pueblo nómada Massai nos dio la bienvenida y nos acompañó durante todo el trayecto. Según aquella gran familia que no se separó de nosotros en los quince días que duró nuestro viaje, era uno de los años con mayor sequía en aquellas llanuras y praderas; eso supondría un desafío a la naturaleza, una pesadilla y un suplicio completo para el país ya que, la riqueza de los parques, las visitas continuas y las compras de los turistas que visitaban Kenia era la principal fuente de ingresos de nuestro país – dijo Kaput al tiempo que destacó la importancia inminente que suponía la caída de agua por cualquier lugar como base de su propia subsistencia.
Si no llueve rápidamente – dijo en voz alta mirándonos fijamente a los ojos a todo nuestro grupo-,  si el dios de la vida y la fuente de existencia de estos países vecinos, ambos de la mano, Kenia y Tanzania, con tanta variedad animal y población indígena, ¿de qué viviremos, cómo nos alimentaremos tantas familias congregadas en torno a estos bellos paisajes secos y áridos de la sabana? Los dioses han hecho caso omiso a nuestras plegarias a pesar de las ofrendas y los múltiples sacrificios que hemos hecho -  Y, Kaput, dirigió su mirada firme y serena a las alturas en busca de una respuesta.
Los tambores a lo lejos, aquella noche repicaban y aún así se oían desde nuestro campamento; a la luz de varias velas y antorchas que lo rodeaban, una música tenue y suave sonaba dentro de una de las tiendas. Kim, uno de los pequeños massais que nos acompañaba en la aventura de aquel viaje estaba preocupado y angustiado por la falta del bien más preciado de la vida, el agua y, para saciar sus deseos y anhelos de ver un cambio en el clima, deliciosa y misteriosamente nos deleitaba con una flauta travesera hecha a mano. De repente, el anochecer nos sucumbió en los paisajes románticos de África en donde los colores rojizos y anaranjados dejan paso al añiles plomizos y pesados del paisaje para, poco a poco, entristecer las horas y embriagar la noche llena de los sonidos misteriosos de este gran continente.
Alrededor del fuego compartimos Kebabs de cabrito, salchichas de ternera y puré de plátanos acompañados por salsas de mantequilla, coco rallado, zumo de lima, ajo y pimentón.


Mañana - dijo Kaput mirando a su hijo Kim con tono suave y misterioso – nos dirigiremos hacia el sur en busca de leopardos a punto de extinguirse, e intentaremos seguir las huellas de la primera manada de elefantes que veamos; debemos descansar esta noche a pesar del calor sofocante de diciembre y mañana proseguiremos nuestro itinerario por la sabana y nos adentraremos en las secas ahora, praderas amarillas. El Viernes Santo llegaremos al Parque Nacional de Kilimanjaro.
 Al día siguiente, después de varias horas de perseguir cautelosamente a los elefantes, examinar sus costumbres y pasear tranquilamente por la sabana tropical,  Kaput nos llevó en nuestros jeeps hacia la el monte bajo del Kilimanjaro; agotados y exhaustos decidimos parar y comenzar una verdadera y exótica comida, en torno a ese paisaje idílico y maravilloso que teníamos a nuestro alrededor, inigualable lugar a pesar del calor.
¡Semana Santa en plena Tanzania, al lado del monte más alucinante del planeta! – pensé y después dije delante de todos, en total, unos veinte. La familia massai con sus costumbres no nos dejaba solos ni un solo minuto del día; ellos hospitalarios y serviciales velaban por nuestra seguridad en aquellos territorios a veces, conflictivos y peligrosos, rodeados de animales salvajes y tribus desconocidas y no gratas.
 A los pies del Kilimanjaro rodeado de nevados en sus puntos álgidos los massais, una tribu de hombres altos, delgados y atléticos entonaron con sus cánticos los diversos ritos religiosos dirigidos a las alturas, a los dioses o tal vez, a un Dios, acompañados de bailes y ofrendas diversas; una vaca fue la mejor ofrenda de este gran día, el bien más preciado que un massai puede tener.
Después de sus rituales, las oraciones pasaron a segundo término en los que pudimos admirar un gran fervor de estos pueblos nómadas, rudimentarios y arcaicos, carentes de lo más esencial muchas veces.
Antes de seguir, el cielo empezó a emborronar su silueta y un rugido de un león a los lejos, anunció la lluvia que se avecinaba. Kaput y toda su familia al ver cómo las lluvias se avecinaban por el norte se tumbaron en la tierra rojiza, alabaron a los dioses o tal vez a un solo Dios y exaltaron en su idioma con mucho fervor y más creencia que nunca, nuestras súplicas y deseos se han cumplido, el AGUA vuelve a Kenia y Tanzania,  EL NOS HA ESCUCHADO.
Bailaron al son de la flauta y un tambor…




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