LA SOPA DE AJOS, RECETA DE LA ABUELA


A
 fuego lento en una cazuela, la abuela Felisa freía las rebanadas de pan cortadas muy finas, en abundante aceite aquella mañana mientras el sol despuntaba; esperó sentada con paciencia hasta que se doraron. Apartó y retiró con cuidado el aceite de la sartén dejando un poquito para freír después los ajos. Mientras estaba en aquella cocina luminosa y totalmente exterior hacia uno de los parques más bellos y hermosos de Madrid, el parque El Capricho, en plena Alameda de Osuna, su nieto, un rubio peligroso de siete años, muy curioso y atrevido, no paraba de mirar lo que hacía y qué movimientos realizaba. La perseguía con sigilo, casi pisando sus talones, y de repente le preguntó de forma inocentona y desenfrenada.
-       Abuela, ¿qué haces? – le dijo al oído susurrándola con tono bajito como si fuera un secreto únicamente entre, abuela y nieto.
Aquella señora mayor, elegante pero sencilla, disfrutaba y sonreía ante tales preguntas del nieto más pequeño de los veinte que tenía. Era una adoración completa y absoluta la que sentía por aquel niño, de ojos vivos y saltones, juguetón, inquieto, divertido, es decir, lo normal y lo que debe ser un niño a esa edad.
            María como se llamaba la gran protagonista de esta historia le fue explicando de forma sencilla pero un tanto detallada el plato típico español que, a su modo de ver, era uno de los platos más exquisitos y deliciosos de la cocina castellana principalmente, aunque como le dijo a Miguel, su “ojito derecho” por razones obvias ya que era el benjamín de la familia, existían más de cien variantes de la sopa de ajos en toda España.
-       Mira cariño,  - le dijo con su voz ronca pero firme – la llevo haciendo durante muchísimos años, desde que me casé y empecé a vivir con tu abuelo Paco. Tuve cinco hijos como tú bien sabes y a todos le di desde bien pequeñitos, las auténticas sopas de ajo. Para hacerlas bien para seis personas, como somos nosotros ahora, en esta casa, es decir, tus padres, tu abuelo, tu hermana Rosita, tú y yo, tendrás que poner los siguientes ingredientes y cantidades. Apúntalo bien y clarito si quieres, en esa pizarra de color verde que tienes detrás y de ese modo, lo recordarás mejor. Así la iremos haciendo juntos sin que se nos pase nada. Debes utilizar seis huevos, cinco dientes de ajo, cincuenta gramos de jamón taquitos , rebanadas de pan duro o tostado, seis vasos de caldo natural o preparado con un cubito de caldo vegetal diluido en la misma cantidad de agua caliente, una cebolla pequeña , una cucharadita de pimentón, una cucharadita de perejil y aceite de oliva.
-       Estupendo abuela pero, ¿qué debo hacer con todo eso, mezclarlo tal cual en una olla y ya está hecha la sopa? – preguntó inocentemente con su cara dulce y de pillo aquel rubio que no paraba de mirarla y de increparla con sus grandes ojos negros.
¡Corazón mío, mi niño querido!, eso no es así, de lo contrario, la estropearías. Después de freír las rebanadas de pan cortadas muy finas, en abundante aceite tienes que apartar y retirar el aceite de la sartén dejando un poquito para freír los  ajos. El pan debe estar doradito, en “su punto”.
Si fríes los ajos enteros y la cebolla picada, tienes que separarlo después del fuego y añadir un poquito de pimentón sin dejar de remover; cortar con un cuchillo limpio unos taquitos de jamón y añadirlos. Viertes poco a poco el caldo, retiras los ajos y vuelves a ponerlo en el fuego. Añades el pan y lo empapas bien, un poquito de perejil, una pizca de sal y lo dejas cocer a fuego lento durante diez minutos. En una cazuela grande de barro o en pequeñas cazuelitas individuales, cascas los huevos encima de la sopa y lo metes en el horno precalentado hasta que se cuaje la clara.
Mira cielo, te voy a enseñar algo más, un pleto histórico, legenario de las batallas de Don Quijote en La Mancha – le dijo la abuela -  uno de los platos que aparece en el primer párrafo del Quijote de Cervantes, los “duelos y quebrantos” era el plato preferido del rey Felipe III. Los duelos y quebrantos hechos a base de jamón y tocino fritos en una sartén, sesos cocidos que se saltean con manteca de cerdo y huevos batidos con los que se prepara el exquisito revuelto eran el plato sencillo y elegante que este monarca deseaba probar en la Villa y Corte, perdido por las callejuelas del céntrico Madrid, saltándose y burlando las escoltas a su cargo.
            En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor. Una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados, lentejas los viernes, algún palomino de añadidura los domingos, consumían las tres partes de su hacienda.»[i] [Quijote, primera parte, capítulo primero, página 1]
-       Abuela - ¿Y tú cómo sabes tanto? ¿Vas a hacer ese plato también?
-       Sí, es posible. Si quieres, después de terminar con la sopa empezaremos a preparar los Duelos y quebrantos y, de ese modo, probaremos distintos platos típicos de nuestro país, tan rico y variado en el arte de buen comer. De postre haremos unos bartolillos de crema y chocolate. Ya verás qué deliciosos….
El niño se quedó encantado y durante esa mañana e incluso a lo largo de ese día disfrutó ayudando a su abuela María en la cocina, una mujer risueña y posiblemente, como casi todas las abuelas, feliz por enseñar y compartir con su nieto unas recetas de toda la vida, un tiempo de relajación y de mágicas historias al lado del fogón.







[i] Cervantes y Saavedra, Miguel de. (2005). El ingenioso hidalgo, D. Quijote de La Mancha. Madrid: Anaya, 1º ed.

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