"LA HISTORIA DE AQUEL RELOJ"

 

"LA HISTORIA DE AQUEL RELOJ"


Cuenta la leyenda que existía en aquel palacio señorial y elegante un reloj estilo Luis XIV, policromado en oro antiguo con figuras negras que adornaban la base sobre la que se apoyaba. Era realmente una pieza única, exclusiva tal vez cuyo valor era incalculable por ser herencia de un noble que a lo largo de los siglos lo había guardado en secreto. Su sonería era magnífica, realmente perfecta por haber sido fabricado por uno de los más prestigiosos relojeros de la Corte en la Francia de antaño.

El famoso reloj, renombrado y visitado por grandes personalidades del momento fue el símbolo durante años de grandes festines de la alta realeza donde en un lugar central del salón de baile realzaban su figura y comentaban su historia los más cercanos al rey; fiestas, bailes y todo tipo de celebraciones por aquel entonces se celebraban alrededor suyo donde el champán de la alta nobleza corría sin parar por las copas de cristal de bohemia que adornaban las mesas de palacio.


Aquel reloj era preciso, adornaba en cualquier lugar que se pusiera debido a su esbeltez; daba majestuosidad y luz a los salones de palacio. Pero, pasó el tiempo y el reloj se oscureció y poco a poco, su oro se ennegreció por el paso de los años, por la mala vida llevada y el uso que le habían dado. El oro perdió su color, se descascarilló y los trozos de oro fino se perdieron, nadie lo reconstruyó ni lo arregló. Se le apartó del lugar central del salón e incluso, con el transcurso de los años se separó a una sala pequeñita y oscura, cercana a la biblioteca del palacio donde la luz apenas penetraba por las ventanas y las telarañas invadían su parte de arriba en contacto con los techos fríos y sucios. La dejadez y el abandono del palacio hicieron que este viejo reloj sucumbiera en aquel cuarto. Despreciado y aniquilado, le guardaron allí bajo las tinieblas de la noche a pesar de su magnífica y señorial sonería. Dejaron de sonar sus cuartos, sus tres cuartos y sus horas: Nadie le dio cuerda durante cuatro largos años. Solitario bajo las telarañas yacía triste y melancólico bajo un rincón sombrío.

Un viejo reloj amigo suyo desde siempre fue uno de los pocos relojes que nunca dejó de estar a su lado; fue inestimable su ayuda prestada tal vez, por conocerle desde hacía treinta años por los menos y ser, un poco más antiguo que él en las salas de palacio. Era
  •  inestimable la ayuda que le prestó ante su soledad;
  •  señorial y excelente en sus movimientos;
  •  inimaginable en sus actuaciones y sus charlas con su amigo;
  •  color dorado puro, relucía en lo más alto del palacio
  •  realmente fantástico;
  •  de oro macizo.

Ese curioso reloj le ayudó en su más absoluta ceguera, puso fe en su mente y le dio vida y coraje para seguir. En el más duro silencio ambos fueron creciendo y una fuerza misteriosa invadió la habitación oscura. Por arte de magia pasaron los años y otros dueños se afincaron en aquel palacio a las afueras de París. Coleccionistas de relojes antiguos trajeron nuevas piezas y adquirieron modernas para situar a todos aquellos viejos relojes en un lugar adecuado de palacio; habilitaron la sala más luminosa y abierta a los jardines para colocar su exposición de relojes.

El llamado de Luis XIV tras cuatro largos años en el destierro, pasó a un lugar central en la luminosa sala y poco a poco, la colección de unos veinte relojes fue situándose alrededor de él. Todos le ayudaron y le dieron valor en su lucha por la supervivencia y fueron compañeros de fatigas.  Le resucitaron de aquellas tinieblas y cada uno aportó en su vida de pequeño reloj, pieza estática pero con gran funcionamiento y sonido, un ápice de ilusión y esperanza.

En un lugar de la sala alguien anónimo y sin consideración introdujo de forma voluntaria un despertador; nunca se supo por qué ni quién fue, no hubo pistas del indecoroso que lo metió pero sí se sabe que lo introdujo en aquel bello lugar con vistas a los jardines de palacio y jamás volvió a salir de la vida del reloj de Luis XIV. Se acercó a él y le miró con gesto interrogante. Le acarició el oro de su cuerpo y dio cuerda a su maquinaria. ¿Quién era él para introducirse en su vida e intentar modificar sus esquemas interiores? Pues sí, le espabiló y le limpió, le cambió de lugar, le dio vida interior y le hizo creer en su gran valía desde antaño, en lo que significaba para tantos relojes como estaban a su alrededor y le frotó con un paño reluciente aquel oro derruido por los años.

El despertador era risueño y divertido, un tanto fantasma a veces y con aires de superación siempre; enérgico y vitalista marcaba las horas con exactitud y despertaba a todo el condado con su sonido. Nunca se paraba ni se detenía, tenía cuerda para rato. Y decían las habladurías que su imaginación era desbordante, tanto que hasta los chavales de palacio acudían a él para que les contara historias jamás contadas sobre los terrores de aquel lugar durante la Edad Media ya que, él había sucumbido a batallas y guerras.

El reloj de Luis XIV permaneció en el centro de aquella sala durante años, siempre cerca del despertador que alentaba sus desánimos y sus tristezas; nunca más se volvieron a separar.

Al lado del famoso reloj, ya reluciente y en perfecto funcionamiento, los dueños de palacio pusieron uno esbelto y delgado, muy bello por cierto, de origen ruso al que bautizaron como "el mejor compañero de Luis XIV".

La vida de palacio siguió su curso con aquella sala de relojes que sonaban todos al unísono y permanecían juntos, alrededor siempre, sin dejarle solo, al de Luis XIV.

Comentarios

  1. Anónimo15:00

    Metafórico y simbólico. Me apasiona. GRACIAS

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