LOS OLORES EN LA GRAN CIUDAD DE MADRID (I Parte)
Los olores en la gran ciudad de Madrid
(I Parte)
(I Parte)

Todo lo que uno siente puede ser
consciente o no pero raramente es capaz de describirlo inmediatamente después
de sentirlo o ni tan siquiera nunca en la vida lo haga, quizás por miedo, por
desidia, por vaguería o por falta de costumbre para expresar con las palabras
exactas un sentimiento concreto, sentido en un momento concreto y en un espacio
concreto.


Según iba por la calle Bordadores hacia la plaza Mayor, percibí el olor a orín esparcido por la calle todavía sucia y me dio asco, repugnancia pero por un momento entendí que, era un olor más que albergaba nuestra gran ciudad. Llegué a la Plaza; según pasaba por los soportales entré en una relojería antigua; me embriagó el olor a antiguo, a óxido, a metal...a pulcro y limpio, el olor a diferentes épocas y estilos...El aroma fresco de una fragancia nueva, sin nombre conocido, me absorbió el cerebro. Las neuronas empezaron a funcionar rápidamente y me volví con rapidez; a mi espalda tenía el mejor relojero del mundo que articulaba movimientos finos y delicados con la sonería del reloj. Con un trapo untado en una mezcla misteriosa que no mencionó delante mío, limpiaba con esmero los cuartos de un reloj antiguo del siglo XIX, una verdadera reliquia. Lo contemplé ensimismado, miré su bigote y su exquisito porte; me miró de reojo y me siguió con la mirada.
Salí de allí entusiasmado y seguí por los soportales; en la calle Ciudad Rodrigo hice una parada típica, un bocadillo de calamares. El olor a fritanga me despertó el apetito, el sabor a limón me supo a gloria y lo saboreé con calma sentado en el asfalto. Seguí andando hacia el Mercado de San Miguel y sus múltiples olores me cautivaron desde fuera; nada más entrar, una tabernita con unos deliciosos pinchos de calamares en su tinta y un tinto me sedujeron. Atravesé de punta a punta ese antiguo mercado, compré frutas tropicales y el olor específico del mango, dulce y mágico me paró en aquella tienda durante diez minutos. No pude, le pedí otro mango, me lo volvió a pelar, trocear y me lo puso decorado con unas deliciosas frambuesas en una bandeja de plástico. Allí me hubiera quedado horas o tal vez, más pero el día me reclamaba y debía seguir mi ruta por los olores de la gran ciudad.

muy bonito Almudena. Y castizo a tope
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