El Castillo de Carcassonne (III Parte)
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Después de
empaparse nuestro joven Jorge de aquellos aromas refinados salió desbordado por
tanta mezcla de colores, olores y gustos; su mente se dirigió un poco
confundida y obtusa hacia una de las puertas principales por las que se podía
acceder al Castillo, la Porte Narbonnaisse. Con ímpetu y energía aprovechó un
grupo de alemanes de unos 40 ó 50 que accedía con un guía profesional y en un
descuido entró agachado en el centro de él y se puso a deambular al compás de
los demás. Obviamente Jorge no entendía nada de aquella explicación; se vio rodeado de enormes torres de
alemanotes que le quitaban el oxígeno y le impedían respirar; él era muy bajito y
su estatura no llegaba ni a la mitad del más bajo de aquel grupillo de de
personajes.
Almenas y
torres se sucedieron durante la visita que a lo largo de una hora y media en la
que, un guía nórdico que hablaba el alemán perfectamente, no dejó ni un solo
minuto que nadie del grupo se distrajera. Pero, Jorge, al comprender ni una
sola palabra de alemán empezó a distraerse y a crearse sus propias historias, a
fantasear y dar rienda suelta a su imaginación como un niño que era. Al llegar a la Capilla de Sainte-Marie en el lado norte del famoso castillo en la la planta formaba una "U" alrededor de un patio, se fijó en una columna y le pareció ver una sombra, una extraña y bella dama vestida a la vieja usanza de la Edad Media; su cara pálida, sus manos transparentes, vestía un traje en tonos ocres con bordados en verde oscuro. Al quitar la vista se quedó en su mente una imagen, la de aquella cara. Volvió a mirar de nuevo y únicamente vio otro grupo de turistas igual que el suyo pero mucho más risueño y divertido por el guía que les conducía por las salas y aposentos del castillo medieval. Aquella bella mujer había desaparecido de nuevo por arte de magia; ya lo había hecho anteriormente en el sueño que tuvo. ¿Era la misma mujer? Jorge se escabulló de repente y se metió en aquel grupo nuevo; allí empezó a encontrarse mejor, ya entendía las explicaciones que un guía español les iba comentando al igual que las anécdotas, bromas y misterios ocultos de aquellos hombres de la edad media se sucedían.
Según accedían a las diferentes partes del castillo, el nuevo guía les incitaba a recrearse en un mundo de fantasía lleno de historia y leyendas. La Época de las Cruzadas. Según contó aquel buen hombre, Inocencio
III fue el promotor de la cruzada contra los cátaros, de origen búlgaro que,
provocó un cambio grande en la política occitana. Entre las
creencias religiosas que los cátaros defendían, una de ellas era, la
dualidad del universo como mezcla de dos mundos, uno espiritual creado por Dios
y otro supeditado a Satán. Existían para ellos dos principios, el Bien y el
Mal, el Cielo y la Tierra, entre los que existían unos intermediarios o
"Inmortales benéficos" con los cuales a través de la virtud, la
piedad, la bondad, los buenos pensamientos y la tolerancia...los cátaros
conseguían salvar el alma para la vida eterna. Ellos rechazaban el mundo
material, percibido como obra demoníaca.
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