LLUVIA INCESANTE

Tranquilidad, calma; solo se oyen las gotas de agua que chocan levemente contra los tejados y las ventanas. Es tarde, muy tarde y la noche acecha fría y lluviosa. La gente duerme, las almas descansan, el tiempo se para y entra la noche, la paz, el sosiego.

Una luz a lo lejos, la única que veo denota que alguien lee todavía desde el sofá del salón; quizá, vea la tele o escriba sobre la mesa de caoba un poco de poesía. A lo lejos, en el horizonte se ve un tono rojizo y misterioso, empapapado por la lluvia; oigo el palpitar de la lluvia sobre los tejados, sobre las terrazas, sobre el alféizar de mi ventana. Desde mi terraza tengo visibilidad completa, nadie me ve o al menos, eso creo yo.

Oigo un niño llorar a lo lejos, un bebé; en la noche se confunden los sonidos pero, el de un bebé es inconfundible, es un sollozo que no se borra de la mente.

Pasa la noche y sigo escribiendo; ha amanecido y sigue lloviendo. Si acaso, con más fuerza. El crepitar de la lluvia me hace sentirme libre en un mundo lleno de ataduras y límites; no me creo todavía que nadie me increpe y me haga pasar dentro, al calor de la chimenea, soy libre y me siento así. Un avión despega de Barajas y únicamente se oye el sonido, la estela se ha evaporado y yo, sigo aquí inmóvil....viendo los pájaros acurrucados en los árboles empapados o en escondrijos de algún tejado; no se oye más que la lluvia ahora, fina y leve que sigue cayendo en este suelo, verde y ocre, césped y ladrillo respectivamente.

Una urraca se posa en un tejado, anuncia con su griterío, más lluvia y frío; una puerta se abre, alguien sale; el único autobús que pasa por la puerta de mi casa, vuelve a parar, lo ha hecho ya hace veinticinco minutos. El día permanece lluvioso, triste y gris pero, solo es una percepción mía porque realmente el color de la vida lo pongo yo, los matices y los brillos que tenga los doy a mi antojo. Sigue la vida, un coche se desliza por la calle y pisa el asfalto mojado, hay vida y siempre la habrá.