AMOR POR LAS ISLAS VENECIANAS (IV PARTE)


Era una mujer muy elegante, esbelta y coqueta; cualquiera podía apreciar un exquisito porte y vestimenta, su peculiar forma de hablar, de mirar, su forma de actuar. Su imagen de repente se vio reflejada en uno de los cristales que soportaban una de las fotografías más inspiradoras e influyentes de la sala; la tenía justamente detrás de mí;  su silencio me hizo enmudecer e inmovilizar mi cuerpo. Quieto como una estatua, permanecí durante largos minutos clavado en la imagen, mirando y pensando como un observador embobado sin volver la vista atrás;  en un segundo, sus dulces palabras en un italiano refinado y perfecto  me susurraron al oído.

Se acercó tanto a mí que dejé por unos segundos de respirar, escuchando simplemente su respiración pausada a mi lado; un suspiro, un desvelo, un sueño...me hicieron quedar inmóvil ante ella, no la miraba ni deseaba hacerlo; mi paralización fue completa hasta que ella me giró con delicadeza y me miró fijamente a los ojos.


- ¿Por qué me miras con tanta insistencia? Mi nombre es Francesca; trabajo en una de las galerías de arte más prestigiosas de la ciudad,  la Galeria Ravaganan en San Marcos. Sígueme...por favor...

Una dama preciosa, bellísima, llena de glamour y elegancia...me incita a que la siga...- pensé en mi interior sabiendo cuál sería mi paso siguiente.




La seguí hacia la puerta principal del Palazzo; salimos de estampida sin que nadie se percatara de la salida y en silencio me dio la mano y accedimos a su yate particular, amarrado y escoltado por dos marineros y un elegante capitán. No pregunté, únicamente la seguí y sin mediar palabra, zarpamos hacia las islas. El yate era moderno, blanco y azul, con todo confort, como la dama en cuestión lo exigía. En menos de tres cuarto de hora o como mucho una hora estábamos en Murano, una de las islas más cercanas a la que accedimos saboreando el paisaje marino, azul intenso con un viento soportable de cara.



El agua era azul intensa, profunda, magnética, impactante...¿Cuántos más adjetivos podría decir para describir aquella masa gigantesca de agua sobre la que flotábamos y viajábamos con gran rapidez? Era el momento, era el instante lo que realmente estábamos saboreando, uno al lado del otro, sin mediar ni decir palabra. Yo ni tan siquiera sabía lo que hacía ella, ni quién era, ni si era verdad lo poco que me había contado de ella ni tan siquiera a qué lugar nos dirigíamos.  Incertidumbre completa y absoluta, pero esta fantasía mental me empezaba a gustar.


Atracamos a los mismísimos pies del Museo del Vetro, el actual Museo de Cristal, en el Palacio Giustinian.

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