LA LÁMPARA MARAVILLOSA REGALABA ILUSIONES OLVIDADAS

La lámpara maravillosa se encendía por la noche, a la luz de las candelas, en el sótano frío y misterioso de aquel palacio medieval y, tras las velas que lentamente se consumían albergaba deseos ocultos que nada más nuestro joven príncipe prisionero y cautivo en aquel lugar podía adivinar; era curioso, atrevido e intrépido, y simplemente esas cualidades le caracterizaban por ser jóven...un simple niño de once años, con ilusiones, fantasías y los asombros típicos de su edad.



Por las noches bajaba cuando nadie le veía, desaparecía sin que nadie se diese cuenta...y despacito encendía la luz del lúgrube lugar espacioso; allí se escondía el misterio y la incertidumbre. En aquel lujoso palacio, a la luz de las velas, en plena noche, se veían las cosas de otra manera. Los negros eran más visibles y auténticos, los baúles enterrados bajo aquellas paredes frías sin luz natural daban verdadero miedo ya que las sombras que dejaban eran siluetas fantasmagóricas y llenas de susurros y lamentos de años pasados. 






¿Qué se enterraba bajo esas enormes arcas de madera? Bajo siete llaves cada baúl estaba cerrado a cal y canto; nadie bajaba jamás a desenterrar el polvo que había en aquel espacio oscuro y misterioso adornado por las candelas que sin saber cómo ni por qué se iban encendiendo solas al azar. Nuestro príncipe como yo le llamaba, Luisito el Sabio, sabía "latín" y "griego"; eres un erudito de las lenguas y de la poesía, un niño prodigio como pocos hoy en día se encontraban por aquel mundo de castillos y palacios....


Luis era osado, no tenía miedo ninguno pero estaba esclavo y prisionero en aquel palacio del siglo XIV, fortificado por todos los alrededores sin posibilidad ninguna de escapar. Su huida sería perseguida por un batallón militar si era necesario pero pertenecía a la realeza francesa, a una de esas familias importantes y multimillonarias que aspiraban para él un futuro prometedor y maravilloso lleno de lujuria y riqueza, derroche y majestuosidad en medio de los más ricachones de aquel lugar. 


Luis permanecía absorto en sus experimentos nocturnos; nada más traspasar la escalinata que le conducía a los sótanos, se encerraba en su mundo y se creaba un universo propio. No tenía ni oídos ni ojos para nada más que sus ideas maravillosas y sus mágicos y entretenidos juegos. Una noche diseñó en papel y después confeccionó un juguetito nuevo, una alfombra con una palanca metálica y unas alas misteriosas parecidas a las de un avión; se sentó y creo un mundo de magia y ensueño, saltó y voló por encima de las nubes y los planetas, vio las estrellas y traspaso cada galaxia a través de su imaginación. Se le fue el tiempo, desbordó tanta fantasía e imaginación que las ideas le consumieron el tiempo y se sumió en un plácido sueño tirado en aquella vieja alfombra persa que unos amigos muy ricos regalaron hace muchos años a sus padres. En el sueño permaneció alegre y contento viendo pasar el tiempo a lo largo de la historia...y contempló pueblos y razas, ciudades y países, saltó ríos y montañas, traspasó continentes y tierras olvidadas. 




En mitad del sueño encontró una bella dama de ojos negros como el azabache; ojos rasgados y pómulos prominentes, pelo como la plata, piel morena. Más o menos se puede decir que aquella preciosidad de mujer era de la misma edad que él; le cautivó tanto su belleza natural, su armonía en la forma de hablar y su delicadeza en la forma de mirar que le preguntó si deseaba montarse en aquella alfombra mágica en la que, juntos darían la vuelta al mundo y verían los sueños más ocultos y codiciados por todos los hombres. Nuestra niña en cuestión, Hanoa, era una belleza interior, una pureza de espíritu que incitaba al amor por naturaleza, a admirar la elegancia solo con acercarse a ella y mirarla..Era delicada, suave, exquisita y una finura perfecta...Le cogió de la mano y sin decir nada, se subió a la alfombra; juntos volaron y viajaron misteriosamente por el mundo de la fantasía y de la imaginación....Vieron y revivieron los momentos más especiales en aquella alfombra durante todas las horas que duró aquella noche mágica...Se hicieron eternas o al menos para ellos fueron eternas y maravillosas, inolvidables.

Encontraron en mitad del camino una lámpara que asieron rápidamente; fugaz como el rayo Hanoa la cogió y la frotó con sus pequeñas manos. De repente un universo de luces se abrió ante ellos, lleno de deseos inalcanzables...Luis se vio libre de aquel palacio, pudo salir de allí sin verse perseguido; Hanoa marchó con él a una isla desierta y juntos permanecieron eternamente a su antojo, libres y sin ataduras, entre juegos y carantoñas de niños, a la intemperie y a la luz de la luna llena en mitad del océano...Libertad codiciada y deseada por ambos fue el mayor regalo entre los sonidos de aquella noche de ensueños que en la mente de aquellos niños duró eternamente.





Los sueños y los deseos de libertad de un sabio de once años y una indígena de unos trece se hicieron realidad por una noche en un viaje continuo...en el que su isla desierta preferida en mitad del Océano Pacífico fue su anhelo desmedido de sentirse libres, únicos e irrepetibles en este gran Universo.

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