"A TRAVÉS DE LA ESCALERA"
Escuchó
pasos desde la cocina mientras ella fregaba los platos y los secaba sin parar
pero, no quiso mover su cabeza para saber quién paseaba por aquel largo pasillo;
se aburría demasiado trabajando en aquella casa pero, no se podía quejar ya que
tenía un trabajo que le permitía seguir escribiendo sus historias cuando
terminaba y se metía en su cuarto a descansar. A esas horas tan tardías,
después de estar planchando, lavando, fregando los platos y cuidando a los
niños de la familia que la había acogido durante aquel año tan duro y frío, se
metía en su dormitorio, se acurrucaba en su cama y se acomodaba sosegadamente;
abría con cuidado un pequeño ordenador que le habían prestado y se ponía a
escribir sin percatarse de las altas horas de la noche a las que, sin desearlo,
se quedaba dormida con la luz de su lámpara encendida. A la mañana siguiente
sonaba temprano el despertador, de nuevo el día despuntaba demasiado pronto para
ella y sin haber dormido ni descansado lo suficiente. Pasaba las noches
escribiendo sin parar, dominaba muy bien la técnica literaria, era una gran
lectora y erudita del lenguaje pero quizás, el azar y el destino la habían conducido
a aquella casa desde hacía dos años para trabajar.
Tal
vez su eterna juventud, su belleza incalculable y su dulzura eran los tres
ingredientes esenciales con los que conquistaba los corazones de los hombres
que conocía en su vida. Pero sin embargo, no se daba a ellos, se refugiaba bajo
una apariencia sencilla y se ocultaba en un trabajo que le ocupara el máximo
tiempo posible, así de ese modo, lograba evadirse del mundo real, se tapaba y
se escondía del mundo exterior, aprovechando
el tiempo para escribir sus historias y concentrarse en sus lecturas
cotidianas.
Pero
a sus veinte años recién cumplidos una mujer inquieta como era ella, le
despertaba la curiosidad por cambiar el tedio y el aburrimiento que muchas
veces, tenía cuando los niños todavía no habían vuelto del colegio. Se sentaba
en su cuarto a ordenar con esmero y cuidado sus ropas recién planchadas y, no
podía ocultar escuchar o intentar oír cada una de las conversaciones que la
señora de la casa tenía con sus amigas que iban a tomar café. Lentamente abría
la puerta del dormitorio de los niños que estaba en el segundo piso de la casa
y, se acercaba al comienzo de la escalera que conducía al salón amplio y dorado
en el que, se había servido el café caliente hacía poco tiempo, junto con las
pastas de té que con esmero, la señora Elena había preparado para obsequiar a
dos íntimas amigas, las vecinas de al lado con las que había compartido, media
vida.
Se
decía o al menos, ella lo había escuchado fuera de la casa que, ambas vecinas
pertenecían a familias acomodadas y ricachonas, y en muchas ocasiones habían
despertado el interés por los hombres más ricos y despilfarradores de aquella
pequeñita ciudad como era Segovia. Sus fincas cercanas a la casa donde la
familia vivía eran verdaderas mansiones de lujo y ensueño que pocos hombres,
habían pasado y pisado para adentrarse en ellas. Aduladores y galantes se
habían mostrado semejantes caballeros con las dos damas, compañeras
inseparables de Elena pero, sin embargo, no habían tenido demasiada suerte en
tales acercamientos; no consiguieron casarse ni tan siquiera cortejar a ninguna
de ellas, lo intentaron afanosamente y se dejaron los huesos en el intento ya
que la respuesta siempre fue negativa. Jamás se casó ninguna de las dos, su
riqueza y el dinero que tenían eran suficientes para complacer sus deseos de cualquier
tipo sin llegar a tener que comprometerse con ningún caballero de aquellos
lugares.
Odiaba
de algún modo aquellas tertulias de mujeres que muchas veces, se repetían a las
mismas horas de la tarde, varias veces a la semana. Sin embargo, era su única
diversión en aquel lugar y en ciertos momentos, a pesar de detestarlos sí le
incitaban a sentarse en la cama de los niños, a tumbarse en una de ellas encima
de la almohada doblada, y entreabrir la puerta del cuarto, mirar con curiosidad
a las tres mujeres desde arriba y ver sus caras risueñas a través de los
barrotes de madera de aquella espléndida escalera de caracol. Soñaba que el
tiempo pasara rápidamente pero como eso no era así, tenía que aprovechar cada
momento de su existencia en aquel caserón antiguo, del siglo pasado al cual había
venido a matar el tiempo y ganar unos cuantos euros al mes.
Sin
embargo, su máxima ilusión en ciertos momentos a pesar de sentir asco y repudio
en otros era simplemente escuchar las historias que aquellas tres mujeres
narraban; era como el alimento y el sustento de las que, ella misma, por las
noches frías del invierno, escribía desde su cama. Tal vez, recordaba los
ademanes, las palabras, las jocosas y absurdas risotadas entre ellas y, eso era
suficiente para recrear su propio ambiente en aquel mundo en el que vivía
cuando se metía en su cuarto y se encerraba “a cal y canto”. Se transformaba en
otra mujer, en una escritora que fantaseaba y se recreaba en sus propios
escritos que, quién sabe si algún día y en alguna ocasión, el tiempo hablaría
por sí mismo y publicaría. Pero, por el momento, era una absoluta y enigmática
desconocida en el mundo de la literatura, nadie la conocía ni tan siquiera,
nadie sabía que escribía; por qué lo iban a saber si nadie la había visto
encerrada en sus cuatro paredes haciéndolo, ni tan siquiera sabían que tenía un
ordenador en su habitación y nadie, se imaginaba que después del arduo trabajo
que aquella casa le suponía que, le daría tiempo a escribir y a contar aquellas
preciosas historias.
Era
una auténtica “ladrona de palabras y de historias”; se pasaba demasiado tiempo
atendiendo y grabando después en su memoria todo cuanto veía y oía, creaba
pequeñas pinceladas en su cerebro, las guardaba en su memoria y en ciertos
momentos de la noche, sin saber cómo, afloraban de su mente y los escribía en
forma de cuentos, de historias, de leyendas.
Le
refrescaban la memoria cada palabra y cada hecho que veía y experimentaba
durante el día y se acumulaban en estratos o capas solapadas en ella; por las
noches las sacaba al exterior y su mente se volvía a quedar vacía en busca de
nuevas expresiones que, le ocasionaban nuevas y deliciosas sensaciones en su
interior para, repetir el mismo proceso, después quizás, al día siguiente.
Los
niños que cuidaba primorosamente todos los días eran deliciosos; tenían cinco,
seis y siete años, tres varones revoltosos y muy divertidos. Con ellos lo
pasaba muy bien, se reía y jugaba mucho con cada uno. Les acompañaba por las
mañanas al colegio, les despedía con un abrazo y les daba su bocadillo de media
mañana. Después volvía dándose un paseo por las callejuelas empedradas de la
ciudad de Segovia, se adentraba por algún callejón oscuro en busca de experiencias
nuevas y olores distintos; pasaba cerca de una tahona donde se paraba bastante
tiempo únicamente para empaparse del delicioso olor a pan recién hecho. El
panadero le guiñaba un ojo y le lanzaba piropos que le hacían sonrojarse y
esconderse detrás de una esquina de la calle; era exactamente como una niña, a
veces, se comportaba como tal.
Al
llegar a la casa, miraba por la ventana de la amplia cocina por donde
comenzaban a entrar los primeros rayos del sol y se sentaba un minuto
únicamente en un taburete para oler el aroma del café recién hecho por la Sra.
Elena, lo miraba con deseo pero no tomaba de momento una taza hasta que ella se
lo ofreciera. Le gustaba que de algún modo, la cuidaran y valorasen su trabajo.
Se ponía a hacer todos los menesteres de la casa y no paraba ni un solo
momento. Era muy trabajadora e introvertida, no solía hablar en exceso con
nadie y sus secretos, si es que los tenía, nadie en este mundo los conocía. A
veces era una mujer absolutamente hermética y cerrada y, sonsacarle una sola
palabra era excesivamente complicado a pesar de su trato tan expresivo y
cariñoso con los niños ya que, con ellos sí era una chiquilla divertida y
agradable, les hablaba mucho y les contaba historias que ella misma inventaba.
Por
la tarde, cuando volvía a recoger a los niños del colegio, cruzaba la plaza
principal y para romper un poco la monotonía hacía un camino más largo pero más
divertido. Pasaba por el Viejo Caserón,
un antiguo restaurante de toda la vida, adornado con candelabros muy antiguos
en paredes de ocre amarillo, con toque de la Edad Media, donde el olor a cochinillo y cabrito
recién hecho y horneado a fuego lento, desprendía el olor más delicioso de las
calles segovianas; cerca de la Iglesia de San Miguel se paraba, lo miraba a
escasos metros de él y se entretenía en recrear un ambiente cálido y agradable
mientras veía a los últimos comensales terminando sus suculentos platos.
A veces sentía envidia por tener más
tiempo libre y deseaba ser una de esas tres señoras que siempre observaba pero
no, por ser como ellas sino por disponer de horas para hacer lo que deseara, es
decir, en su caso sería únicamente para leer y escribir.
Una de sus historietas, en las que
por la noche trabajaba, era una trama curiosa donde el personaje principal, un
mago divertido era un usurpador de ilusiones; robaba y extraía los deseos
inmiscuidos en los niños por las noches, cuando dormían y soñaban y, los metía
en una botella verde de cristal que, guardaba en un cofre de tesoros
almacenados para que algún día, los sacara en el momento adecuado para
desencantar el hechizo que él mismo hizo en una pequeña casa con tres niños
pequeños.
Realmente
era una fuente inagotable de imaginación la que discurría por su cerebro, nunca
se le agotaba y ésta era realmente fascinante al tiempo; poco a poco y, sin
quererlo se iba convirtiendo en una fantástica escritora que fraguó sus
múltiples novelas en aquella casa, con aquella familia y sus monótonas pero
cotidianas historias.
¿Alguien
podría sospechar que ella escribía historias realmente apasionantes, por las
noches, después del trabajo continuo de unas diez o doce horas diarias, en una
casa enorme con tres niños pequeños a quienes cuidar y educar? Era realmente
admirable e increíble y, hasta fascinante ver cómo luchaba, con qué fuerza y
qué énfasis ponía, por preservar y avanzar en uno de sus máximos placeres, escribir.
Realmente
su vida, pausada y tranquila, después de comer cuando observaba a las tres
invitadas en su escenario mental y el trabajo diario con los niños llenos de
ilusiones y deseos infantiles, trascurría como el fluir de la vida, en un
continuo de picos y bajadas cargado de emociones y sentimientos que, en cierto
modo, alentaban y recreaban sus escritos, historias llenas de pasión y entrega,
de fascinación y fantasía.
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