AMOR EN VENECIA (III PARTE - 40 minutos de ópera con Pavarotti)



III PARTE

Pavarotti

Durante aquel abril primaveral del 2011 el Palazzo Grassi albergaba una de las colecciones de arte más valiosas del momento; en una de la salas cerca del teatro se inauguró la exposición Mapping the Studio en la que participaban artistas de la colección François Pinault, organizada y dirigida por Alison Gingeras y Francesco Bonami. 




Al tiempo sonaba de música de fondo, el Ave María de Schubert en mitad de la sala; el tránsito de gente por la exposición era enorme; artistas, críticos, fotógrafos, músicos, hombres de renombre...de cualquier raza, color, país. Un simple gesto sirvió para que Luis, se percatará de un semblante bello en la lejanía, difuminado a lo lejos, entre el vaho y la niebla, una bonita expresión, la misma que le llevó a traspasar las líneas y barreras de lo divino y lo humano. 
Ave María de Schubert

Alguien se acercó a ella y empezaron una breve charla; anduvieron por la sala de cuadro en cuadro y en un momento dado, dejó de verla. Su aliento se agitó, miró hacia cualquier parte en busca de esa cara pero las paredes, los cuadros y las esculturas voluminosas que había le confundieron en un mar de dudas, de incertidumbres, de preguntas...¿Quién era aquella mujer, aquel rostro que muchos hombres halagaban y miraban, aquel semblante cautivador en la Gran Venecia llena de arte y magia?


Las paredes grises, los tonos azulados y los techos de madera, las columnas esbeltas de ladrillo enmarcaban un espacio de serenidad en medio del tumulto de personas que, ese mismo día soleado de abril, habían  decidido visitar el Palazzo.

Por arte de magia, nuestra dama volvió a la escena capitaneada por un hombre mayor, apuesto y elegante, lleno de glamour y encanto, un galán de la vieja usanza. Ella le seguía, le hablaba, le volvía a mirar...y le remiraba.

- Francesca - venga conmigo, le dijo en perfecto italiano. Oí su nombre y lo repetí en voz alta...Ella desde lejos se volvió y me miró....Las aguas azuladas del Canal se divisaban a través de los cristales limpios y pulcros y un resplandor exquisito del leve sol primaveral incidía en ángulo muerto sobre el mármol de los ventanales. 

Era una mujer muy elegante, esbelta y coqueta; cualquiera podía apreciar un exquisito porte y vestimenta, su peculiar forma de hablar, de mirar, su forma de actuar. Su imagen de repente se vio reflejada en uno de los cristales que soportaban una de las fotografías más inspiradoras e influyentes de la sala; la tenía justamente detrás de mí;  su silencio me hizo enmudecer e inmovilizar mi cuerpo. Quieto como una estatua permanecí durante largos minutos clavado en la imagen, mirando y pensando como un observador embobado sin volver la vista atrás;  en un segundo, sus dulces palabras en un italiano refinado y perfecto  me susurraron al oído.




Comentarios

Entradas populares